domingo, 31 de mayo de 2009

Remembranzas

Parece que es época de remembranzas. Los poemas se desempolvan, se recuerdan, se extrañan.

Por mi parte, siempre llevo en mi mente un poema, no fue el primer poema que aprendí de memoria pero sí el que yo decidí que lo haría. Lo leí por primera vez en un libro de la SEP de primaria, esos libros cuyos cuentos se implantaron en la memoria de mi generación.

Fue hasta muchos años después que descubrí al autor, ese poeta que mi padre solía leernos de pequeñas en las noches de las vacaciones veraniegas, ese que influenció mi vida mucho antes de que yo naciera y que fue de los primeros que escuché a los primeros meses de vida. Ese, él que solía recorrer una España sangrienta en una carreta.

Este poema representa para mí a la poesía en sí, la literatura, la lectura.
Incluso me atrevería a decir me ha influenciado más que los 451° F, el crimen de Raskolnikov, la ironía de la guerra en la paz, la muerte del cuervo, el nombre de Olga, la tortuga de Momo, las barbas del Cid, el imperio de Asimov, la cabalgada de Rosinante, la sed de los vampiros, Alicia tomando té, las leyendas de los castillos, las hadas danzando en su cuarto, Harry al descubrir que era mago, la imaginación sin fin, la magia de la tempestad, la reconciliación de Oberón y Titania, el lenguaje de dios y el encierro, la langosta y el oráculo, es más ni siquiera las deseventuras de un fantasma en Canterville han hecho tanta mella en mi vida, aún después de todos estos años, como ese poema sencillo y para niños:

El lagarto está llorando
(Federico García Lorca)

El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta
con sus delantaritos blancos.

Han perdido sin querer
su anillo de desposados.

¡Ay su anillito de plomo,
ay su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay cómo lloran!
¡ay!, ¡ay!, ¡cómo están llorando!

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