sábado, 17 de noviembre de 2007

Un cuento

Los tacones contra el suelo formaban eco a lo largo de Holbeinstraβe, era una de esas calles con poca luz y muy larga. Un lado de la calle la habitaban casas solas, con sus enormes patios traseros y bardas de hierba, el otro por algunos condominios de color amarillo pálido y más casas grandes.
Ella caminaba junto a la enmarañada barda de hojas que escondían las casas. Era verano y hacía bastante calor, lo que explicaba el short corto y la playera de tirantes; jugaba con un espejo redondo sin cubierta, la rasposa superficie de la orilla se llevaba la piel muerta de la yema de los dedos. Los tacones la estaban torturando, se detuvo abruptamente e hizo ademán de quitárselos pero, en el movimiento el espejo cayó rompiéndose en pedazos y esparciéndose en el suelo; formó una mueca con la boca, se puso de cuclillas y empezó a recogerlos – si a cualquiera (como a ella), se le ocurría caminar descalzo, tendría un feo accidente –. La luz, que era escasa, provocóle una herida pequeña con uno de los trozos de cristal, la sangre brotó gota a gota de su dedo índice, antes de que pudiera llevárselo a la boca otra lengua ya estaba recolectando el líquido; de la impresión, se hubiera caído hacia atrás si no hubiera sido porque aquél chico la sostenía fuertemente de la muñeca. Ella trató de quitarle la vista a la lengua subiendo por su dedo, mas no podía, era hipnotizante.
Cuando él hubo acabado la ayudó a levantarse y acto seguido sacó un curita del bolsillo trasero de su pantalón, lo puso alrededor de su herida y la soltó.
Sólo entonces ella pudo observarlo con detenimiento, sus ojos eran claros, demasiado claros, sus iris eran grises… en extremo brillantes, su tez era pálida y sus labios eran finos, todos sus rasgos eran elegantes tanto el mentón de aristócrata como el cabello oscuro que caía sobre su frente, de un negro tan profundo que contrastaba con el resplandor blanco que emitía.
El autobús verde-azulado pasó junto a ellos, se estacionó y abrió las puertas. Ella no se había dado cuenta que estaban en la parada. Él abordó el último autobús de la noche y antes de que las puertas se deslizaran dijo con voz suave.
– Ten más cuidado
Ella se mordió el labio y pasó su lengua por él, casi saboreando su propia sangre.

Eso fue un pequeño cuento, no pude evitar el vampirismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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